Decidió que no fuera una sorpresa, que juntos eligiéramos su
atuendo para la noche de nuestro aniversario.
A sabiendas de que es mi color preferido y tras probarse
cientos de vestidos, elegimos al unísono uno satén púrpura, de corte
imperio, entallado y con un generoso escote, que dejaba adivinar sus
voluptuosidades.
Estaba preciosa. Le hubiera hecho el amor una y mil veces
más allí mismo sino fuera porque nos esperaban para cenar y porque insistió en
seguir acicalándose para mí.
En el maquillaje quiso ser pragmática. - una fina base para
cubrir imperfecciones-, decía mientras se desmaquillaba una y otra vez hasta
elegir la que consideró oportuna; una sombra de ojos acorde con el vestido y un
brillo de labios que yo deseaba borrar con los míos cuanto antes.
Pensé que allí terminaban sus preparativos, pero me
equivoqué. Una nube de aromas invadió mi pituitaria hasta resolver qué perfume
sería el inolvidable. Impregnó multitud de papelitos blancos en fragancias
hasta que zanjé. –Este, no saques más, éste me gusta- No recuerdo el nombre,
tan sólo sé que seguramente era carísimo.
Una vez conclusos los detalles, me sonrió y quise besarla.
Me lo impidió con un guiño. – Estás preparado?, me dijo levantando el vestido y
dejando entrever unas playeras que en algún momento fueron blancas.
- Sí, dije con el pulso acelerado.
- Pues corre!!!
Saltaron todas las
alarmas del centro comercial. Los vigilantes, como siempre, nos siguieron tan sólo hasta la vuelta de la
esquina.
En el comedor social alabaron con vítores y aplausos su
radiante belleza. Tras la cena, hicimos el amor donde nos conocimos, en ese
banco que tiene tatuados nuestros nombres a fuerza de navaja.
Esta noche, los cartones tienen luces de neón, la luna se ha
empeñado en bailar con nosotros.