Cuanta fuerza y qué poca puntería, masculla
entre los dientes que aún le quedan en pie.
Lisardo Antúnez lleva ya tres martillazos en los dedos y un colador en la pared. Su pulso titila como vela en la noche y sus ojos no distinguen el vértigo del dolor, aun así coloca finalmente la escarpia en el fondo y a ella sobre la pared. Está preciosa.
Llena a continuación los pulmones y afina con testarudez su puntería. Dispara al retrato un “Te quiero” que impacta con certeza sobre su pecho.
El eco le devuelve un sonoro y vacío “y yo más”.
Lisardo Antúnez lleva ya tres martillazos en los dedos y un colador en la pared. Su pulso titila como vela en la noche y sus ojos no distinguen el vértigo del dolor, aun así coloca finalmente la escarpia en el fondo y a ella sobre la pared. Está preciosa.
Llena a continuación los pulmones y afina con testarudez su puntería. Dispara al retrato un “Te quiero” que impacta con certeza sobre su pecho.
El eco le devuelve un sonoro y vacío “y yo más”.