A veces, entre mis recovecos, me hace cosquillas y se sonríe porque, a tenor del resultado sabe que es un artista.
Me trata con mimo, con cuidado, con la pericia y delicadeza de un hombre inigualable, único; hace de mí lo que le viene en gana.
Cuando al fin termina de desnudarme, me abraza y yo, me duermo en su regazo como un tronco, como si en definitiva, no fuera más que un trozo de madera; su más preciada madera.