martes, 6 de agosto de 2019

Bucles

     Decidí hablar conmigo mismo una noche de verano, una de ésas en que hasta las chicharras dejan de cantar abatidas por el calor.
     Me telefoneé, al objeto de aclarar nuestras desavenencias, con un café humeante dibujando círculos concéntricos en declarada guerra con los exhalados por el pitillo. Comunicaba. Siempre comunico a esas horas. Tengo la maldita costumbre de descolgar el teléfono antes del alba. Me envié un email con idea de pedirme perdón, de excusarme por los exabruptos, por los portazos, por las ausencias de caricias... No contesté. No quise dar mi brazo a torcer, siempre he sido un hombre de convicciones fuertes.
     Decidí darme una ducha fría y olvidarme definitivamente de mí. No pude. Al secarme con la toalla recordé que, ayer mismo, discutí sobre el olor del suavizante. Creí haberme dejado claro que prefiero el de aroma de Marsella.

Para Ernesto Ortega y su "Toalla del boxeador"