En la terracita del salón, Valentina instaló una mecedora en
la que pasa las horas haciendo punto. El chirriante sonido de la mecedora se
sincroniza con el tintineo de sus agujas entrelazándose en interminables nudos
de bufandas. Teje con tal destreza que nunca mira sus puntadas, sino los
escotes lascivos que lucen las indecentes jovencitas en un exacerbado culto a la
obscenidad.
Valentina sabe que ha venido a este mundo carnal a enarbolar
la bandera del decoro y las buenas formas.
Cuando los pechos turgentes se avecinan a sus pupilas,
extiende su bata de guatiné, se afianza la goma de sus bragas color carne y
bufanda en ristre, se lanza desde la terraza cual ave rapaz, al escote de la
depravada. Con una pericia sin igual, cubre de recato las voluptuosas formas de
sus presas y con la voz quebrada en su propio júbilo grita:
- ¡Que la bufanda te acompañe!
Fotografía cedida por Esteban Burón
muy simpático
ResponderEliminarafortunadamente esas señoras... no vuelan, y eso nos salva a todos, porque son terribles e insaciables