Ordenaron colocarle una venda en los ojos, como
parte del vestuario previo a su mortaja.
Le concedieron un deseo, el último.
Las premisas fueron varias. El deseo ha de ser…
- Corto. - No será tanto como mi minifalda- pensó Mariano viendo como su vello traspasaba sus medias de lycra.
- Signifcativo.- Como los tacones que me puse esta noche.
- Trascendental.- Como el último beso, el que quiero
dar ahora.
Marian, como así le
llamaban en aquel tugurio clandestino, tomó a oscuras las manos de su ejecutor
y aún con la ceguera de la incomprensión,
encontró su boca.
Un intento infructuoso, otro más, de alcanzar los laureles de los Relatos en cadena