Pasaba los veranos con mi primo Manuel entre bicis sin
frenos, bocatas de nocilla, lágrimas por chanquete, y brechas en las rodillas.
Diseccionábamos moscas no sé si por crueldad o por
curiosidad. Primero un ala, luego la otra, las guardábamos en cajas de
cerillas, les poníamos nombre y presumíamos de adiestrarlas.
Un día vino a despertarme a mi habitación con su cajita
preferida. Al abrirla el díptero salió huyendo con un corazón de papel adherido
a sus alas. Le besé en la boca, no supe hacer otra cosa.
Sentí que mis brazos
podían batirse en duelo con la gravedad.
Es lo que tiene el verano que hasta a los más posados nos da alas.
ResponderEliminarBesos de helado de gofio.
Ay esas bicis que se van quedando sin frenos, je je.
ResponderEliminarFresquito Raquel.
Un beso en la piel.
Qué estampa tan bonita...me ha gustado mucho !!
ResponderEliminarPrecioso, me encanta.
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