Quería ser un vaquero, a lo Jonh Wayne y esquivar cada
flecha de los indios sin perder el sombrero. Quería acabar con la desobediencia
y las injusticias y darle un beso a la chica antes del fin. Que mi nombre
apareciera en grande en los títulos de crédito y que los niños aplaudieran al
encenderse las luces del cine.
Mi padre que presumía de ser brujo, sin necesidad de varita
ni bola de cristal, vaticinó que mi futuro sería el de un prestigioso Abogado y
que hallaría el dorado, el sustento y mi alimento en esta noble profesión.
Su augurio desconocía las tasas, la colegiación y que las
togas no se venderían en el todo a cien.
Aún así es mi fan número uno y aunque se disfraza, sé que es
el tipo que cada mañana me echa monedas en mi gorra cuando canto a la puerta
del metro.
Este relato ha sido seleccionado por la Mutualidad de la Abogacía entre los del mes de Noviembre. Las palabras obligadas eran "fin, vaquero, desobediencia, brujo y alimento"
Excelente se me queda corto Raquel.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho eso de darnos las dos.caras de una.moneda y que al final haya salido canto.
Sólo me.falta saber una.cosa, a ver si me la puedes decir porque es muy importante para mí : es feliz cantando en el metro?
La felicidad también tiene algo de vocacional y según me cuenta, en esto le puso todo el empeño.
ResponderEliminarCruda realidad, muy bien contada.
ResponderEliminarUn abrazo y suerte, Raquel.
Brutal, ese giro final de la historia en el que precipitas al protagonista. Estimulante, el contraste entre la precaria situación final del personaje y la adhesión incondicional de su padre. Celebro que te hayan seleccionado.
ResponderEliminarMe ha gustado esa tercera vía Raquel. Y que el empeño lo haya puesto en ser feliz, y que su padre lo haya entendido.
ResponderEliminarSuerte.
Un beso en la piel.