El mismo día en que papá falleció, heredé su gesto adusto, la
mirada esquiva, sus trajes de marca, las llaves del coche, las del despacho,
sus cachivaches y sus mentiras.
Contraje además todas y cada una de sus deudas, y no, no me
refiero a las económicas, que en casa teníamos aseguradas las habichuelas con
su salario de Juez Decano, sino a las otras, a las que te embargan la vida sin
indulto posible.
Expectante, abrí emocionado el candado del secreter que siempre
me fue vetado. Cajones y cajones llenos de cartas bien ordenadas. Primero por
fechas, después de forma alfabética.
Cartas provenientes de distintas nacionalidades, diferentes
edades. Cartas de colores, otras austeras. Cartas con remite, otras anónimas.
Unas con reproches, otras de felicitación, muchas de ellas empalagosas.
Cartas todas ellas de hombres.
Cartas, todas ellas de amor.
Este texto lo presenté sin éxito al concurso de microrrelatos de Abogados tras ver esta excelente obra de teatro. Las palabras obligadas eran Cachivache, empalagoso, candado, decano
y deuda