Aquel
ser diminuto que golpeaba la lente desde el otro lado del globo terráqueo,
disparaba flechas apenas perceptibles. Creyendo estar volviéndome loco, me
froté los ojos y con fuertes manotazos giré la bola del mundo. Al azar elegí
con el dedo otras coordenadas donde apoyar la lupa; otro minúsculo ser escupía
veneno desde una cerbatana, volteé una y otra vez la esfera y me encañonaron
con fusiles, con tanques e incluso con tirachinas, hasta que por fin encontré
un lugar donde reinaba la paz.
Sonreí, no pude resistirme.
Lo aplasté con el
dedo.
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