Vuelven a dejarlos debajo de sus camas. Les tengo dicho que
lo hagan así para evitar que puedan golpear los orinales al levantarse.
A María se lo compré rosa, no por distinción sexista, sino
porque es su color favorito, y a Amadeo, blanco, porque es merengue desde que
nació.
Él moja las sábanas de vez en cuando. Le riño pero no me
escucha, está en su mundo. No me preocupa, supongo que son cosas de su edad.
Ella no quiere llevar
pañal, se siente muy mayor.
- No me trates como a
un bebé, me reprocha con las mejillas de mil colores que se pinta cuando me
coge el maquillaje. A pesar de todo, me hace sonreír.
- Mamá, le digo,
¿sabes? Te quiero mucho.
Dan ganas de ir a achuchar a esos criaturas, si es que son la mejor gente que hay. Los míos ya crecen, como debe ser, pero a veces recuerdo y echo de menos esa etapa.
ResponderEliminarUn abrazo, Piel
Creo que la imagen que he acompañado al texto, induce a error. No estoy hablando de niños, pero en cualquier caso, gracias. Tú sí que eres un Ángel
EliminarPues que poco tino he tenido. Es que los pequeñajos son una de mis debilidades y se ve que me he cegado yo solito al ver la foto. Las criaturas estaban un poco creciditas entonces. Visto así, que es como hay que verlo, resulta que tu relato me gusta todavía más, ha conseguido sorprenderme, a la vista está.
EliminarQué relato tan delicioso y qué bien lo has reflejado como se transforman en niños adorables. Besos y enhorabuena.
ResponderEliminarCierto. Ese retorno a la infancia es adorable. Gracias.
EliminarUna imagen narrada con mucho cariño y respeto. se merecen eso y mas.
ResponderEliminarMe gustó.
Saludos.
Se merecen todos los mimos que nos han dado y más, sí.
EliminarGracias por pasearte por estos lares.