Un hoyuelo en la barbilla y el verbo fácil fue lo único que heredé de mi padre, “el abogado Victorioso”, como apodaban el resto de colegas de profesión por su capacidad de defender y alzarse con sentencias favorables en los casos más truculentos e inverosímiles.
Me hubiera gustado ser tan corpulento y atractivo como él pero mi falta de apetito y mis constantes convalecencias durante la infancia hicieron de mí un chico enclenque y debilucho.
Comencé bien pronto a repudiar las leyes, literalmente no podía con ellas. Una mezcla de laxitud en mi musculatura y de rebeldía, me hizo juntarme con amigos que acarreaban otro tipo de papelillos.
A mi padre solo se le vio derrumbarse una vez en una rueda de reconocimiento. Fue cuando tuvo que contestar al funcionario si estaba seguro. A pesar de tener la voz entrecortada, no titubeó, es mi hijo.
Relato seleccionado para el mes de septiembre en la Mutualidad de la Abogacía
Buenas tardes, Raquel.
ResponderEliminarTe he nominado para el Blogger Recognition Award 2018. Puedes verlo en https://versosaflordepiel.blogspot.com/2018/09/me-han-nominado-para-el-blogger.html
Te deseo un domingo maravilloso.
Besos apretados.