Salieron juntos de la mano, felices, como las
consabidas perdices, por haber firmado su separación. Ni terceras personas, ni
problemas económicos, ni siquiera un cuñado incómodo. Fue la rutina. Ese saber
qué va a decir antes de que pronuncie una palabra, la falta de improvisación
año tras año, la ausencia de relaciones sexuales, en definitiva un cóctel que
fue fermentando una historia de amor que parecía inquebrantable.
Se sentaron en un banco, se miraron a los ojos y Cenicienta
dejó caer al fin sus zapatos. El sonido del cristal fue la banda sonora del
último beso. Posiblemente el único sincero.
Fotografía: Holly Andres
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