Me gusta acudir a él a primera hora de la mañana, cuando la
brisa suave cimbrea el aire dulzón del azahar, cuando asumo que al néctar de mi
pedido, cederá incólume el latido de su pecho.
Con la sombra del deseo tamizándose por el vuelo de mi falda,
me acerco despacio, me deleito sin prisa, quiero ver cómo sus manos fuertes
aprietan los muslos, cómo busca y aferra la cadera, cómo se mueve por el
resto de la carne.
Se muerde el labio inferior al afilar el acero, clava sus dientes que le dejan un húmedo color rojizo en la boca que me estremece.
Se muerde el labio inferior al afilar el acero, clava sus dientes que le dejan un húmedo color rojizo en la boca que me estremece.
Me mira. – Es tu turno-, me dice con esa sonrisa que me hace
levitar.
Es, en ese estado de plenitud máximo llamado éxtasis, cuando
apenas puedo balbucear:
- Medio Kilo de pechugas, pero finitas, que son para el
niño.
Iba a buscar carne pero las especias ya las llevaba puestas, je je.
ResponderEliminarEsas pequeñas fantasías, o no, nunca inocentes.
Besos Piel.
jajaja GENIAL!!! me ha encantado. Un giro buenísimo.
ResponderEliminar;)
Maestra de las palabras, desatas en la imaginación una secuencia de imágenes voluptuosas. De pronto, sin despeinarte, nos rompes la cadera por el brusco cambio de posición a que nos obliga la nueva e inesperada perspectiva. Y en vez de ciscarnos en tus antepasados, que sería lo suyo, nos arrancas una generosa sonrisa. Deleite y agradecimiento.
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