La mujer que iba en el coche a mi lado, tenía un vestido
vaporoso de seda blanco y generoso escote, que no dejaba atisbo alguno a la
duda para apreciar la belleza de su cuerpo.
Haciendo uso de una sutil coquetería, bajó el parasol del vehículo
para pintarse los labios, momento en el que pude vislumbrar a través del espejo
de cortesía sus sonrientes ojos.
Me sentí afortunado, había hallado en esa curva angosta a la
mujer más bella del universo. Quise rozar su piel cuando me sorprendió un
acantilado ante mis ojos y descubrí que
el coche no respondía.