El beso comienza en los ojos, en la observación acechante de
la parte antagonista, en la enajenación mental, que discurre como aguacero por las
terminaciones nerviosas, al atisbar la boca rival.
Evidente resulta tras
esta introducción, que es imprescindible situarse frente al contendiente,
siempre con el rostro ladeado, al objeto de salvar el obstáculo que constituye
la nariz por pequeña que ésta sea. Ojo, nunca los dos hacia el mismo lado, ya
que podría producirse el "efecto espejo" no deseado.
Si el beso conmueve, envuelve y revuelve, es imprescindible
el uso de las manos. Enredadas en el cabello, acariciando dulcemente la espalda o si la pasión atormenta, adhiriendo
fuertemente el otro cuerpo al de uno mismo.
Llegado el momento cumbre del acercamiento labial, se debe
hacer uso de ciertas armas como la improvisación, el juego y el deseo; Pero si
además, se le adereza con eso con que los poetas llaman amor, el sentimiento es
sin duda, Sublime.
Me gustan esos besos que revuelven, Raquel.
ResponderEliminarTu advertencia debería venir en las cajetillas del cariño.
Mucha suerte con la convocatoria.
Un beso en la piel.
Si vinieran las advertencias, también lo harían las contraindicaciones. Mejor dejarse llevar.
EliminarGracias Miguel, suerte a tí también.
Besos.
Un hemoso texto lleno de sugerentes matices, que dan ganas de poner inmediatamente en práctica. Un saludo.
ResponderEliminarGracias Ángel. No pierdas el tiempo en los placeres de la vida. Aún no se les ha ocurrido recortárnoslos pero mejor, no demos ideas.
ResponderEliminarBesos.
Felicidades Raquel por la selección. Me alegro mucho.
ResponderEliminarUn beso en la piel.