Apareció con esa mirada perversa que la hace irresistible. Altiva,
dominante, enseñando ténuemente su sonrisa, lo justo para mostrarme esos
colmillos afilados que me enloquecen.
Me acomodé excitado en su cama, esperando sus movimientos,
reprimiendo el deseo de abalanzarme sobre ella.
Dejó caer la camisa sorteando el volumen de sus senos, el
rubor de sus pezones, la calidez de su vientre.
Caminó despacio hasta mí, con su tanga esmeralda, el de
encaje transparente, el de seda, el del tamaño del hilo dental. Conozco bien su
lencería y sin duda eligió mi favorito.
En el preciso instante en que sus labios iban a rozar los
míos, el despertador me devolvió a mi cama, al tercer piso.
Agitado aún por la ensoñación, miré por la ventana. Hoy ha
vuelto a hacer colada y ahí está, en el cuarto piso ese tanguita que algún día
será mío.
- Parece que hoy hará
calor, me ha dicho al encontrarnos en el ascensor.