Tras lanzar el Juez la moneda al aire, ella decide
iniciar el partido con su servicio. Antes de comenzar con su saque, me mira, me sonríe, me arrebata. Pienso en decirle
algo, o hacerle un gesto cómplice, pero prefiero no desconcentrarla. Es su
primera final olímpica.
Bota la pelota con mimo, despacito, como si en esas
caricias pudiera seducir a la esfera para ese punto. Todo ese ritual me excita, pero es, en esa
manía tan suya de mojarse los labios con la punta de su lengua, cuando mi
corazón bulle. Mantiene las piernas flexionadas, una más adelantada, el tronco
levemente inclinado hacia adelante, eleva los brazos, el izquierdo con la
pelota y el derecho con la raqueta, en armonía hasta el impacto. Fuerte,
certero, letal.
El silencio del
encuentro se rompe con su sonoro gemido que me hace estremecer. Cierro los ojos
y veo su sudor golpeando mi pecho.
Son los aplausos los que como un jarro de agua
fría me devuelven a la pista. La veo acercarse, clavar sus ojos en mí, atisbo
entonces que quizá quiera la toalla, o que le pase dos pelotas.
Relato para "Esta noche te cuento" Para verlo en su página pulsad aquí
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