El lápiz con el
que ella, cada mañana, se lo dibujaba, apareció 40 años después en la cuneta,
erguido entre la maleza, acunado por las amapolas, bien rojas, como a ella le
gustaban.
Resurgió con la punta bien
afilada; con la fuerza precisa para escribir su historia, la que otros trataron
de borrar de un disparo.
Bonita historia piel. Lástima que quedara sin premio.
ResponderEliminarBuen intento. Ahora, a mancharnos los dedos de harina (hay que ver con las frases de inicio....)
Un saludo.