Tú sonreías, jugando a ruborizarte, y tus dientes tan blancos,
se colaban por alguna rendija del reflejo para cosquillear mi nuca.
Yo, que por
mi parte, siempre quise ser el más fuerte, te desnudaba más allá de la ropa,
como lo hacía años atrás en el instituto, tratando de ver el envés de tu piel,
como si allí dentro pudiera encontrar la llave con la que ella quiso abrirte el
corazón y cerrar este armario.
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