Entre tanto jolgorio familiar, mi abuelo deja de amenizarnos con la zambomba y la pandereta para abrir la puerta a dos vecinas chismosas que al olor de las gambas a la plancha que se filtra por el patio de luces, se cuelan hasta la cocina con la excusa de felicitar las fiestas.
Troylo ya no tiembla con los cohetes, ni mueve el
hocico cuando el pavo sale del horno, tan sólo golpea tres veces su pata ancha
de eterno cachorro cuando escucha decir que hoy es veinticinco de diciembre, y
lo hace con desdén, como si quisiera poner fin a estas fechas, fun, fun, fun.
Relato para el concurso #CuentosdeNavidad de Zenda Libros
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