Hoy
se ha calzado su sonrisa seductora, el vestido travieso y las sandalias más
altas. Desde su puesto de vigía en lo alto de la cofa me observa navegar en el
vaivén de sus caderas y, astuta, me lleva a la cueva donde ya ha tendido su
tela de araña. Con el calor sofocante obnubilando mi mente, el sopor que
provoca el tour de Francia como música ambiental y el deseo de quitarle la ropa
como único resorte que mantiene mis neuronas activas, me extiende sibilinamente
la trampa. Me dice que quiere una mascota, bueno, dos, dice sonriendo, y como
por azar o cosas del destino me muestra en su móvil fotografías de cachorros de
tigres y lobos. Sucumbo a su ilusión y pliego las patas traseras sobre la red
para que le sea más fácil atraparme, mientras busco en otro tipo de redes
tiendas de mascotas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario