Pasan uno a uno por el
despacho del director. Acatan las normas con las orejas gachas y cabizbajos emprenden
el camino de vuelta a clase. Ya en presencia del tutor, me piden disculpas con
la voz mermada bajo la piel de cordero. Conozco el protocolo, no es la primera
vez.
No quiero escuchar, sólo
cuento los segundos hasta que suena el timbre y echo a correr. Intento pasar
antes que ellos la primera esquina, pero fracaso. La manada ya está allí, afilando
los dientes.
Mi pantalón se moja.
Muerden de nuevo, más
fuerte.
jo, qué miedo
ResponderEliminarY qué mal se cuida de las caperucitas, por poner un ejemplo