miércoles, 22 de mayo de 2013

Haz-versid-hades


Construyo Castillos
de arena,
de miel,
de pétalos huérfanos,
de caricias sin piel.

Le duermo a la noche,
al sueño,
a Morfeo,
a los gatos que rondan la luna,
a la luz de una vela insomne.

Le escribo al verso desahuciado,
a la otredad de mi ombligo,
al frío,
a la ausencia,
a la tenaz urgencia de un beso.
Al clandestino exilio de tu sexo.

Y entretanto,
vuelvo a ser roca,
            Silencio,
                        Vacío,
El hueco de luz
que alimenta los escombros.

Construyo castillos.



jueves, 16 de mayo de 2013

Un traje de corte inglés


Decidió que no fuera una sorpresa, que juntos eligiéramos su atuendo para la noche de nuestro aniversario.
Tras probarse cientos de vestidos, elegimos al unísono uno satén púrpura, de corte imperio, entallado y con un generoso escote, que dejaba adivinar sus voluptuosidades.
Estaba preciosa. Le hubiera hecho el amor una y mil veces más allí mismo sino fuera porque nos esperaban para cenar y porque insistió en seguir acicalándose para mí.
En el maquillaje quiso ser pragmática. Una fina base para cubrir imperfecciones, una sombra de ojos acorde con el vestido y un brillo de labios que yo deseaba borrar con los míos cuanto antes.
Una vez conclusos los detalles, me sonrió y quise besarla. Me lo impidió con un guiño. – Estás preparado?, me dijo levantando el vestido y dejando entrever unas playeras que en algún momento fueron blancas.
- Sí, dije con el pulso acelerado.
- Pues corre!!!
 Saltaron todas las alarmas del centro comercial. Los vigilantes, como siempre, nos  siguieron tan sólo hasta la vuelta de la esquina.
En el comedor social alabaron con vítores y aplausos su radiante belleza. Tras la cena, hicimos el amor donde nos conocimos, en ese banco que tiene tatuados nuestros nombres a fuerza de navaja.
Esta noche, los cartones tienen luces de neón, la luna se ha empeñado en bailar con nosotros.

Este relato forma parte, junto con los de un montón de amigos, de la Primavera de Micros Indignados.

lunes, 6 de mayo de 2013

Ama, Anita.


Recuerdo bien cuando eras tú quien me acompañabas en mis expediciones micológicas. Me robabas un beso entre los pinares y me abrías la camisa cuando ya habíamos llenado la cesta. Después te gustaba colar tus manos en el mandil, mientras cocinaba las setas con un poquito de carne y mucho, muchísimo amor. A fuego lento, para que nos diera tiempo a amarnos antes de poner la mesa.
El tiempo, la desidia y probablemente mi torpeza, fueron marchitando el bosque y los pliegues de nuestras sábanas.
Hoy me acompañó el niño al campo, aún le falta destreza y metió en la cesta una amanita phalloides.
Quise decirte en la sobremesa que a pesar de todo, aún seguía queriéndote, pero para entonces, yo ya me había quedado dormida.