viernes, 29 de marzo de 2019

Insomnio


    Hace unos días di a luz una luciérnaga. Ocurrió tras desmaquillarme y lavarme los dientes. Sentí un dolor punzante en los ovarios durante unos segundos y, de súbito, noté un cosquilleo agradable en mis muslos. Un tenue fulgor verdoso intermitente se dibujó bajo el satén blanco de mi camisón y al levantarlo, la descubrí moviendo sus antenitas en señal de indefensión. La tomé en mis manos y al acercármela a la cara, pude ver sus tiernos ojos susurrando, aún sin pronunciar palabra, mamá. No pude evitar que un par de lágrimas se deslizaran por mi rostro.
     Pensé en decírselo a mi marido, pero contuve la emoción por el riesgo de que me tomara por loca y por su irracional entomofobia. Tampoco le he contado que he pedido una reducción de mi jornada de trabajo y que a media mañana vengo a casa y la saco a pasear por el humedal cercano al pantano.
     Hoy me ha dicho, de malos modos, que o llevo yo a reparar mi teléfono móvil, o lo hará el, que está harto de las lucecitas nocturnas que emite el dichoso artefacto.


Para el círculo creativo de Burgos

miércoles, 13 de marzo de 2019

Para Elisa

Un corazón de lana y acero comenzó a latir rítmicamente al compás de un tres por cuatro. Desde las primeras notas, y como acto de rebeldía, ella se desata sus zapatillas de ballet y comienza a bailar en torno a él; descalza, como siempre quiso hacer.
Un viejo botón casi desprendido de su rostro le hace un guiño. Le desata el tutú, con sus dedos torpes de trapo, y ella puede comprobar entonces, lo mullido de su cuerpo. Se encierran con urgencia en la cajita y las notas dejan de sonar.
Mientras, de espaldas a la magia, un niño absorto en su consola mata miles de soldados.


martes, 12 de marzo de 2019

Tócala otra vez

Esas alas de plástico servían para volar de Casablanca al infierno, a la soledad de las noches sin la Bergman y a las notas huecas del piano de Sam.
Para la última escena ajusté la cantidad de humo en el estudio para simular con neblina la apariencia poco convincente del avión y mi falta de pericia portando un sombrero. La magia del cine se encargó del resto.
Mi carta de despido llegó en cuanto encontraron a Bogart maniatado en el camerino, pero para entonces yo ya había besado a la chica sin necesidad de subirme sobre dos ladrillos.