Pero esta vez, ella lloró.
Tres infartos cerebrales, un año y dos meses postrada en una
cama, seis intervenciones quirúrgicas, cien remedios naturales, un chamán, y
miles de besos de familiares y amigos sirvieron para nada.
Ni un gesto, ni una mueca, ni un temblor perceptible en sus
músculos hasta ese día.
Nunca supimos quien fue aquel tipo de aspecto extraño que
sin mediar palabra se acercó hasta sus labios para hacerlos suyos por unos
segundos. Desapareció al mismo tiempo que lo hicieran definitivamente sus pulsaciones,
con las lágrimas desnudas deslizándose hasta la boca.
Detalle del "Descendimiento de la Cruz" de Roger Van der Weyden