Probé cientos de artimañas para devolverle sus defectos, sus imperfecciones, el sabor amargo del caos, que tan dulce me parecía ahora. Probé a quitarle las pilas, parar sus manecillas pegándolas a mi piel, estropear su maquinaria; a golpes, a besos, a mordiscos…
Mis deseos, además de infructuosos, cayeron en la desidia, como cae un suicida por propensión; despacio.
Mientras, pasó a ser un exiliado. El que afianzó nuestra rutina, fue el implacable SIEMPRE.
