Se
divierte los días lluviosos chapoteando en los charcos como si fuera un niño. Y
llora, cuando el otoño se presenta sin avisar y comienzan a desprenderse las
hojas del recinto para el paseo.
A
diferencia de los otros, se ha acostumbrado al silencio atronador que intoxica
el centro. También al humo que diluye, en una gama de grises, cualquier atisbo
de sueño entre las nubes. Pero lo que más le gusta hacer últimamente es
deambular cerca de los hornos crematorios e imaginar que las cenizas que
caen, de manera constante, son copos de nieve.
Fotografía: Pedro Sánchez Alonso
Para Solcultural