viernes, 17 de febrero de 2012

Rabadán


En su provecta edad, Clara tenía unos ojos que reflejaban su alma llena de respuestas. Las más jóvenes solían sentarse a su lado tras la comida. Les gustaba nutrirse de sus experiencias, alimentarse de su sabiduría.
- No debéis fiaros nunca de los hombres, les dijo envolviendo sus palabras en el aire fresco de esa tarde que preludiaba tormenta.
         - Me han arrancado de mi lecho tantos hijos que mis senos ya están yermos. No creáis que los llevaron a otros lugares, no lo hicieron.   Me los arrebataron para matarlos cuando tan sólo eran unos retoños. Una indiscreta lágrima acertó a caer sobre la única brizna de hierba aún sin pisotear. Respiró profundo y continuó con la calma de la madurez forjada a golpe de dolor.
- Sin haber aún descubierto el amor, sin haber cometido ningún delito, les condenaron a muerte..
Blanquita, la más joven de todas, quebró de pronto la charla. -
Disimulad, les dijo. Ahí viene Benedicto.
- Beeeee, Beeeee.

1 comentario:

  1. Aunque desgarrador, ese final me ha dejado una sonrisa, no me lo esperaba. Me ha gustado mucho.
    ;)

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