Le deseé que tuviera un buen turno mientras la ví aparcando el coche, agazapado desde la ventana de mi habitación.
Me acicalé esperando su llegada y la esperé
tumbado en la cama. Abrió
la puerta sonriente, vestida de blanco, radiante, como me hubiera gustado
llevarle al altar. Me traía la cena, templadita, como a mí me gusta, el vaso de
agua y las pastillas que cada noche acaban en el inodoro.
- Mañana te darán el alta, me dijo.
Pensar en no volver a
verla hizo que la estancia se tornara del mismo color rojizo que cuando mamá me
dijo por última vez que estaba loco.
Imagen tomada de la red