Con sus cenizas en mi regazo, y el luto disipándose en la noche, emprendí el camino del tanatorio a casa, sin más compañía que la de aquel felino que decidió seguir mis pasos.
Dejé entrar al gato en casa. Ronroneó en su sillón, hurgó en mis recuerdos.
Sumisa ante sus maullidos, le serví un vaso de leche y ocupó su lado de la cama. La suavidad del pelaje me sedujo. Sus ojos, verdes, destellantes, embriagadores, como los de él, me hicieron irremediablemente suya.
Me desnudé despacio ante su atenta mirada.
Excitado, comenzó a arañarme suavemente la espalda.
Fotografía: Alberto Medina
Relato para la copa ENTC para verlo en la web pulsad AQUI
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