miércoles, 25 de octubre de 2017

En la línea de fuego

Vuelve a pedirme que le empuje al abismo. Que dejemos los cargadores y las reglamentarias en la mesilla de noche y que le bese por última vez antes de entregarnos. Sonrío y acerco su rostro hacia el mío. Está temblando. Trato de calmar su piel con un abrazo. Le susurro, mientras abro la puerta del armario, que ningún Tribunal militar podrá impedir lo nuestro. 
Me guiña un ojo y de un salto sube a la cama. 
Para hacerme sonreír implora como en el Club de los poetas muertos: Oh capitán, mi capitán.


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