sábado, 26 de mayo de 2012

El sol del Sahara


Hacinados en aquel enorme congelador, con la escarcha descarnándonos la espalda, los labios tintados de añil.
Yusuff con la voz perdida, enloquecida, invocaba a Alá delirando.  
Olvidé el sonido del motor y me sumergí en mis recuerdos, acunado por el traqueteo del camión.
Volví unos segundos al desierto, jugueteé con los ojos brunos de mis hijos,  me acurruqué en el pecho de mi esposa, sentí su piel arropándome, comencé a sudar.
 No recuerdo cuando abrieron la puerta ni quien lo hizo, sólo oí gritar.
Intenté moverme pero no pude hacerlo,
yo ya había sacado mi billete de vuelta.


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