Sin un beso de buenas noches, Eva toma, con la exigua calma
de que dispone, una píldora de su pastillero ante la imperturbable mirada de
él. Se pregunta si su matrimonio no ha
sido otra artimaña, si realmente algún día la quiso, si su corazón dejó en algún
momento de ser de acero.
Antes de llenar un vaso de agua toma la semiautomática, comprueba que está cargada y adivina una
sonrisa bajo su bigote. No serás capaz,
masculla él con la soberbia de quien se sabe Todopoderoso.
Ingiere la pastilla. Se deja acunar por el sonido del exterior del bunker.
Hoy los bombardeos
parecen fuegos artificiales
No sabemos con exactitud cómo fue ese final, pero para eso está la imaginación de las personas creativas.
ResponderEliminarUn abrazo, Raquel
Tampoco me creo mucho lo que la historia nos cuenta de tal suceso, así que ¿por qué no imaginarnos otro final?
ResponderEliminarGracias por venir, Ángel