Para que la salinidad corrosiva del lago rosado no dañe la
piel de Modou, antes del amanecer, Aminata extiende con cuidado una buena
cantidad de manteca de Karité sobre él. Se deleita en cada recodo sin prisa. Acaricia
las curvas de su musculatura con complacencia, como si este ritual que realiza
cada mañana desde hace cinco años, fuese la primera vez.
Tampoco es nuevo el respingo de él, cuando ella, pícara y
juguetona, acaricia traviesa la zona cercana a su cintura. Sabes que tengo cosquillas, le dice mientras se da la vuelta con
cesada sonrisa y le espeta un beso en la boca.
Ten cuidado con el
monstruo, le susurra ella al despedirse y él, que hace tiempo que dejó de
creer en leyendas, le hace un gesto de fiereza que desata la risa de ambos.
Tras siete horas en el lago, los cayucos vuelven a la orilla
cargados de sal. Regresan todos a excepción del de Modou. El color de las aguas
se enrojece como los ojos de Aminata, también su ira, cuando Ousmane se acerca
a ella y trata de calmar su tristeza con palabras dulces y elegantes, del mismo
modo que el leopardo se mueve tras haber devorado a la gacela.
Para "Purorrelato" de la Casa de África
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