viernes, 5 de enero de 2018

El patito de goma

Corrían tiempos grises. La oscuridad se colaba por las rendijas de las alcantarillas,  por las grietas de los tejados, en las arrugas de las plañideras que acudían a los velatorios por si, en una de esas, caía un mendrugo de pan.
Un 24 de diciembre apareció por nuestras oficinas un párvulo; no tendría más de ocho años. Tenía cara de pillo, con multitud de pecas en sus mejillas que se mezclaban en perfecto maridaje con la suciedad de su rostro.  A Benítez, el conserje, que tenía seis hijos y otro en camino, le hizo tanta gracia la idea del niño que le pasó con el tasador. Abrió la puerta de su departamento y en voz alta, para que el resto de empleados escucharan el rocambolesco propósito del niño, dijo:
- Don Baldomero, aquí le traigo a este muchacho. Trae un tesoro que seguro vale una fortuna.
Don Baldomero Garrido era un tipo sobrio. Un hombre que con los años se había forjado fama de resentido a fuerza de parquedad  y desgana. Ningún compañero de trabajo supo nunca de su vida. Si estaba casado o soltero, si tenía aficiones y menos aún sus tendencias políticas. Era parco en palabras y más aún en emociones.
El crío sacó de su gabán un patito de goma tiznado de manchas sombrías y un ojo desdibujado. Enrudeció su voz al objeto de parecer mayor y preguntó por la suma de dinero que podían darle por empeñar su juguete, que afirmó ser todo lo que tenía. Le explicó que era un regalo de los Reyes Magos, de cuando era más pequeño y aún venían a su casa.
Nadie sabe cómo siguió la conversación. Don Baldomero comenzó a hablar muy bajito y seguidamente abrió su cartera. Unos dicen que llenó las manos del pequeño con dinero, otros,  además, afirman que por primera vez, le vieron llorar.

Para los cuentos de navidad de Zenda Libros

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